lunes, 29 de noviembre de 2010

De Bulgaria, Jorá, leer y contar


Creo que hay cosas chungas en la sociedad globalizada, muy chungas, chunguísimas, que no son evitables y creo que hay cosas por las que se les deberían caer los pantalones a los gobiernos. Entre otras y a saber: pasar hambre, ausencia de vivienda digna (en cualquiera de sus formas) y el analfabetismo.
Yo, en este país, hasta hace unos días, era una analfabeta. No sabía leer. Sigo sin saber hablar, pero he comenzado a entender las letras. Algo es algo. Stepka po stepka que se dice aquí (y se escribe así Стъпка по стъпка para que ustedes vean).
Nunca me he sentido tan inútil como cuando no podía entender los carteles. Estrictamente, sigo sin entenderlos; pero soy capaz de descifrar el código. Podía hablar y eso me ha salvado. Repetir los sonidos o interpretar las grafías, según el caso. También he recurrido a las onomatopeyas, no se vayan ustedes a creer que es fácil coger un taxi sin mapa, sin diccionario (poco previsora que es una) y sin tener lengua alguna en común con el conductor. En Europa todo el mundo habla inglés. Yo sigo en Europa y me lo sigo sin creer.
Bulgaria y su alfabeto cirílico. Bulgaria y sus sílabas intrincadas. Bulgaria, mi casa en este momento (encuentro mi casa donde me descalzo por las noches o cuelgo mi sombrero). Los primeros días aquí me reventaba mi incapacidad y utilicé el recurso fácil de pensar que los complicados son ellos. Ya podrían haber adoptado el alfabeto latino, con lo estupendo que es. Obviamente se me cayó la conciencia encima. Tanto hablar de la mierda de la globalización, de la identidad propia y esas cosas y me ponía a pedir gilipolleces. Hice lo único que puede hacer una en estos casos: buscarse un alfabeto y aprender (las dos variantes: mayúsculas y minúsculas o imprenta y cursiva, según se mire y quien las clasifique).

Para muestra un botón:

Ahí pone Ugo. Sí. La y griega (con opción a llamarse ye) es una u; la ese al revés una g. Y la hache nos la ahorramos porque en búlgaro no existe (no crean que no me duele ver el nombre Ugo, así escrito, huérfano de su mayúscula insonora). Aquí donde lo ven, es un restaurante (una cadena de, más bien), bastante recomendable, por cierto: con raciones más que abundantes de módico precio y con la carta (también) en inglés.
A modo de anécdota, permítanme recomendarles que no se dejen engañar; al menos, una vez cada día, acudan a un restaurante típico búlgaro. Y cuando digo restaurante dejen de pensar en mesas con manteles con brocados y recuperen las imágenes de aquellos comedores soviéticos (o infantiles) con mobiliario de madera. Con cartas escritas a mano según la comida disponible. Donde la cocinera lleva un jersey viejo y cocina como una madre. Donde pagas 3 levas y comes como en casa. Allí comí por primera vez en Bulgaria y (en el mismo lugar, unas mesas más allá) tuve mi primera reunión social con mayoría búlgara. Y aprendí (o comencé a o intenté mejor dicho) a bailar jorá. (Después de un rato investigando parece claro que es el nombre de un baile concreto, pero no me pregunten más datos, porque no he hecho más que liarme con las distintas informaciones). Y es que los búlgaros son muy sociales y se apuntan a cualquier cosa. Por lo que puede entender la estructura básica de una comida típica es: cerveza, ensalada + rakia (bebida fuerte no, lo siguiente, similar al aguardiente), plato + vino, postre + alcohol todo ello intercalado con bailes. Sí, uno se levanta se pone a bailar y luego se vuelve a sentar y sigue comiendo. Si oyera esto mi tía se la llevaban los demonios. A continuación, unas imágenes, con los primeros valientes.

Siento desilusionar a los fans de mi coordinación,
pero grabar y bailar no es lo mío.
Al final nos sumamos un buen montón, creo recordar que unos veinte y fue muy divertido. Yo no dejaba pensar en las comidas familiares (concretamente en la del día del Pilar) y me imaginé (efectos de la rakia -de la que hablaremos otro día-) a todos mis parientes agarraditos de las manos y con las rodillas para arriba. Deberíamos recuperar estas tradiciones. Propongo sinceramente bailar jotas el próximo 12 de octubre.

Actualización de última hora: Soy completamente inútil buscando en Internet. Jorá es el nombre genérico que reciben las danzas folclóricas búlgaras. Hay un tipo concreto que se llama joró. ¿Quién dijo que supiera leer bien?

La foto la modifiqué basándome en una de TravBuddy



domingo, 14 de noviembre de 2010

El coste de las becas

A raíz de un artículo enviado a El País por una lectora anónima me he quedado pensando en lo duro que es esto del extranjero.
Porque claro en esta sociedad empeñada en creerse el culo de Europa salir es estupendo, es de valientes, es de aventureros, de locos, también. En definitiva, es bueno. Yo no sé si es bueno o no. Sé que a mí me sirve y eso me basta. Pero me es difícil. No puedo compartir esto con las personas que quiero. Gracias a la tecnología es verdad que es más fácil, pero todos sabemos que el roce es el roce y los olores todavía no llegan por Internet.
Un extracto que me ha llegado al alma: "Somos la generación que va a llevar a España a cotas nunca antes conocidas de desesperación, de frustración, de angustia, de parturientas añosas, de abuelos que van a tener que aprender chino o inglés para preguntarle a sus nietos -por skype- de qué color es la bici que piden a los Reyes Magos en casa de los abuelitos y que les va a llegar por correo."
Quizá me comprendan. Hace 40 años la emigración española buscaba ganarse el pan porque en España no se podía. Las situaciones económicas y sociales eran bien distintas y la gente cogió las maletas para vivir en los peores sitios, trabajando de lo que otros no querían y vamos, porque no había más cojones. Hoy nos pasa lo mismo, mientras millones de personas preparan sus maletas y sueñan con una mejor vida en España para hacer exactamente lo mismo que hicimos nosotros antes, a los jóvenes no dejan de contarnos lo bueno que es ir fuera, lo que se vive, lo que se ve, las posibilidades de futuro... Y no seré yo quien diga que mienten, pero el "drama" de abandonar un lugar que uno quiere es siempre el mismo. Tengo alumnos aquí que tienen a sus padres en España, padres a los que ven dos veces al año con un poco de suerte. Échale huevos. Y luego me dirán que la crisis es ganar 2000 en lugar de 3000 euros. Que tenemos que despedir gente porque no nos llega.
Y nosotros los hiper-preparados jóvenes españoles, hijos de nuestros padres, haciendo maletas porque tanta preparación no tiene hueco en nuestro país. Y ¿saben qué? Nuestro país se lo merece por seguir creyendo que somos el culo de Europa, por mirar al resto con la boca abierta pensando que son mejores y no ver todas las cosas buenas que tenemos. ¡Maldita tierra de nuevos ricos! Que por tener monedas, nos creemos millonarios. El tintineo es siempre tentador, ¡qué le vamos a hacer! Pero es una riqueza (y la crisis lo ha venido a demostrar) completamente falsa. Es una riqueza que no asegura el futuro. El carpe diem de la estupidez. Ya me dirán...
¿Quién tiene huevos ahora de pedir que se invierta en educación? ¿Para qué?
Porque no se engañen, tanto español por el mundo no se debe sólo al gusto que tenemos por viajar y conocer. A muchos les gustaría estar dentro como están fuera. Pero no se puede, porque cuando tienes una licenciatura, un máster, hablas cuatro idiomas y has hecho cientos de cursos que abarcan desde la literatura medieval al crecimiento personal ver a tu jefe pagarte según convenio (convenio basurilla, todo hay que decirlo), explotando tus habilidades informáticas y lingüísticas, luciéndote cuál mono de feria y chupando todo tu tiempo por el horario laboral impuesto, jode. Jode porque él que tiene exactamente los mismos títulos que tú, que habla solo español, viste trajes de Armani, lleva a sus hijos al colegio más caro de la ciudad, se pega un mes de vacaciones en una villa mallorquina (ojo que son cinco más la tata, a 200 euros el vuelo directo, vayan sumando), tiene 3 (¡tres!) casas y 3 (¡tres!) coches a saber: BMW, Mini (con todos los extras) y un Mercedes más grande que mi habitación, cobra aproximadamente ocho veces lo que tú, joven aventurera.
Y luego una habla con sus amigas ya profesoras y te cuentan que sus alumnos no estudian, que pasan, que no les interesa... ¿Y cómo les dices a los chavales que merece la pena?
Mi generación será la generación super-preparada con los sueños jodidos pero que todavía cree, porque así nos lo han contado, que se puede hacer algo y que se merece cosas buenas por su trabajo; los que vienen, esos niños que se sientan en su sofá, que tienen tantos juguetes que nos les caben en la habitación, ellos formarán parte de la generación sin futuro, porque no merece la pena esforzarte porque no se consigue nada.
¿Apocalíptica? Deseo equivocarme y trabajo para poder leer esto y reírme de mi pesimismo. De verdad que sí.